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San Francisco atesora un museo monumental
Quizá la colección de 19 óleos pintados en alabastro, una fina piedra blanca y marmórea, es una de las que mayor asombro provocan en el museo Fray Pedro Gocial del convento de San Francisco.Con sus más de 4 000 piezas, en especial tallas de madera y óleos, es uno de los museos religiosos más grandes de Iberoamérica. El monumental conjunto arquitectónico de San Francisco ocupa 3 hectáreas y media en un sitio privilegiado de la capital: las calles Cuenca, añeja y pintoresca, pues huele a sahumerio y a exóticas especias de una atractiva tienda; y la Bolívar, donde opera el Hotel Casa Gangotena, en una mansión de alcurnia.
Los óleos en alabastro, que antes estaban en la Recoleta de San Diego, de la misma orden, representan bellas y coloridas imágenes de la Virgen María: en su niñez (un canto a la ternura), la Anunciación del arcángel Gabriel (la emoción perdurable), junto al Niño Jesús (el arquetipo tierno de la madre), la Sagrada Familia (unción, unión y amor), la huida a Egipto (el viaje o la aventura por sobrevivir al poder del rey Herodes), la imagen del calvario (el sufrimiento hecho carne) y la Asunción al cielo, en cuerpo y alma (la coronación de la victoria).
El padre Walter Verdezoto, superior del convento, califica de extraordinaria a la colección, que se exhibe en una sala del ala oriental, porque los artistas anónimos fijaron el óleo en alabastro, una piedra fina.
Los cuadros, de formato mediano y excelsos marcos dorados, desatan un éxtasis místico por la calidad del dibujo: preciso y tan real, como si las figuras se moviesen en secuencias que trasladan a los remotos y bíblicos tiempos de Nazareth.
En la sala contigua, dos sorpresas más: la original Virgen de Quito, de Bernardo de Legarda, grande y alada; y La Inmaculada, de Miguel de Santiago, perfecta, de una mirada altiva que sobrecoge. Sentado en una banca de madera, frente al jardín central, en el que se mueven por el viento 12 palmeras reales y arupos en flor, el padre Verdezoto habla con pasión de las obras y del conjunto arquitectónico.“Quito no se explicaría sin San Francisco, lo digo con respeto a las otras iglesias”, dice, y mira el sube y baja de cinco traviesos loros verdes en una rama seca.
El religioso, quien se ordenó en Jerusalén, recuerda que desde 1920 la Orden reflexionaba en la necesidad de analizar y conservar las obras para formar un museo. “En el 2004 se hizo realidad. Este es el más inmenso depósito artístico de Quito y de América Hispana de pintura, sobre todo, escultura, orfebrería, miniaturismo, es un museo grandioso de los siglos XVI al XIX”.
Según el padre Verdezoto, en San Francisco la Escuela Quiteña llega a su esplendor, en el siglo XVIII, y al ocaso, en el XIX, con el último exponente, Domingo Carrillo, quien murió en Atenas. “Aquí está lo mejor de Miguel de Santiago, el Príncipe de la Pintura; la imaginería de Bernardo de Legarda, El Grande; de Manuel Chili, conocido como Caspicara; obras de José de Olmos, Pampite”.
Pablo Rodríguez, administrador del museo, afirma que entre julio y agosto ingleses, estadounidenses y alemanes visitan el museo y la iglesia. Un promedio de 150 personas cada día. Los extranjeros pagan USD 2; 1, los estudiantes; y 0,50, los niños.
Abre de 09:00 a 17:00 y los sábados de 09:00 a 13:00. Por el corredor principal desfilan los turistas. Mónica Torres ha vivido los últimos 15 años en Madrid y habla como española, acentuando la z. “Hombre, es lindo volver a mi ciudad y a este hermoso convento, yo viví en el Centro de Quito”. Torres reconoce que viene al reencuentro de sus raíces mestizas.
Ella no olvida que de San Francisco parte la gran procesión de Jesús del Gran Poder, tallado en madera, encarnado y policromado, en Semana Santa. La talla está en el altar mayor de la iglesia; la autoría se atribuye al padre Carlos en el siglo XVII.
El Superior de los franciscanos recuerda que aquí se visten cientos de cucuruchos de traje morado y recorren las calles para expiar sus culpas, al igual que las verónicas, jóvenes y adultas. Torres sonríe, se despide y se pierde en un grupo de visitantes europeos, guiados por uno de los 15 guías.
El templo franciscano, de tallas de santos y frescos coloniales, está envuelto en una atmósfera que invita a la oración. En una tarde de finales de agosto, un grupo de seis mujeres reza con unción. “Vivimos en diversos barrios de la ciudad y nos reunimos en esta iglesia, porque es grande y linda”, expresa doña Josefina Torres, “además nos gusta ver la figura grande de Jesús del Gran Poder”.
La iglesia nunca está quieta. Van y vienen fieles y turistas portando sus cámaras de fotos. El ambiente místico se acentúa por los cantos gregorianos que llegan desde el patio central. “Los hermanitos están cantando”, reconoce una señora del grupo de oración. En el claustro, 25 jóvenes novicios se preparan para convertirse en sacerdotes.
El padre Verdezoto afirma que se restauraron el altar mayor, el piso y el tumbado de la iglesia. “Creo que con un poco más de esfuerzo hubiese sido posible completar lo que falta: los altares laterales y los altares del cuerpo de la iglesia”. Para Verdezoto, San Francisco es un centro del barroco mestizo, centro del quiteñismo, de fe en Jesús del Gran Poder, es un espacio cultural e insiste en que aquí nació la Escuela Quiteña y los padres franciscanos enseñaron a destacados alumnos como Miguel de Santiago, Goríbar y Pampite. “Toda la iglesia está cubierta de frescos que deben ser restaurados; gracias al aporte de la gente logramos recuperar varias obras, sin embargo, necesitamos más apoyo del Municipio de Quito y del Ministerio de Cultura. San Francisco es el espejo, la carta de presentación de la ciudad”.














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